lunes, 3 de febrero de 2014

La Oscura Posesión I

Sus ojos se abrieron poco a poco. La tranquilidad y paz que podían aportarle las escasas horas de sueño eran sin lugar a dudas, el único refugio en el que podía guarecerse inconscientemente del pesar que cada dia al despertar le aguardaba puntual como un reloj. Por unos segundos, todavía aturdido por el sueño, ataviado con harapos sucios y ennegrecidos, se sentó en su cochambrosa cama improvisada de paja y lino y quedó mirando al frente con la mirada perdida, desolado, desamparado y sin fuerzas ni ánimo para seguir luchando, dando ya casi por perdida su situación, dando ya por perdido todo aquello que amaba y recordaba. Su expresión era cansada, marcada por unas fuertes ojeras, un aspecto demacrado y desaliñado, completamente descuidado, su peso considerablemente reducido, su cuerpo agarrotado por la falta de ejercicio, entumecido por el frío y la humedad del habitáculo y sus muñecas llagadas por el constante roce de los fuertes grilletes que lo mantenian recluido a unas gruesas y pesadas cadenas de poco metraje. Estos meses aislado, sin contacto externo en aquella celda de la Prisión de Ventormenta, estaban al borde de cobrarse el último ápice de esperanza del Barón Eristhoof Von Khanstein. En aquellos segundos de reflexión amarga sobre los buenos y no tan buenos momentos de su vida, en los que a sí mismo se juzgaba por sus actos y se culpaba de su situación, una fuerte punzada atravesaba toda su espina dorsal, retorciendo su cuerpo hacia atrás, casi formando un arco, tensando su cuerpo y haciendo que cayera al frío y sucio suelo de adoquines y tierra que configuraban el piso de su oscura y lúgubre celda, emitiendo como por desgracia ya era costumbre un fuerte y seco alarido de dolor. Tras unos segundos de silencio tras el resonar del eco del grito del Barón entre los oscuros corredores de las Mazmorras, éste se puso en pie, tensó sus puños y esbozó una ligera sonrisa de medio costado al tiempo que crujía sus nudillos y su cuello, al tiempo que ladeaba de lado a lado su cabeza alzando ligeramente sus hombros. Sus ojos de un verde esmeralda, se tornaron negros como el carbón, su faz casi irreconocible, contrajo una expresión fría y maliciosa y su cuerpo emanaba un extraña aura oscura, casi perceptible al ojo humano. -”Buenos días… Barón”- exhaló con un tono de voz sumamente grave y diabólico el mismo Eristhoof, seguido de una fuerte carcajada que enmudeció de nuevo la celda en la que se encontraba. Como era ya habitual en la triste rutina del Barón Von Khantein, al despertar cada día, la oscura posesión que recaía sobre él, se manifestaba tomando el control absoluto de su cuerpo, el ente vil, el demonio que se guarecía en su interior, atormentaba sin remordimiento ni compasión el paso del tiempo, pues sabía que algún día el mayor de los Von Khanstein, sería excarcelado y para aquel entonces su dominio y control sobre él serían totales y absolutos, tan solo cabía esperar y vencer a la férrea voluntad de Eristhoof, que tarde o temprano sucumbiría debilitado ante los controles demoníacos que lo parasitaban dia tras dia. -”Tu familia te ha dado la espalda, Von Khanstein…”- comenzó de nuevo a hablar a través de los labios de Eristhoof el demonio. -”Llevas meses a merced de estos muros y nadie, absolutamente nadie ha reparado en preocuparse por ti, en visitarte. ¿Que ocurre Barón? ¡Ya no le importas a nadie! Tu familia te ha dado la espalda, tus amigos no eran más que fachada y todo lo que te rodeaba no era más que una mísera pantomima condiciona por tu dinero y tu estatus social…”- continuaba el demonio entre risotadas intentando desmoralizarlo con nuevas artimañas como cada mañana en aquella constante batalla por mantener el control y la consciencia.
Las horas pasaban sin dejar ninguna huella en aquella celda sin ventanas, tan sólo el cotidiano sonido de los relevos de turnos de guardia o el cuenco de madera con algún almizcle desagradable para comer deslizándose por el hueco de servicio, marcaban de alguna forma los horarios en aquel lugar de tristeza y penumbra que, pasadas todos estos meses habían sido el hogar de Eristhoof y a este paso su tumba. -”Baroncito, hoy estás de suerte, parece que a alguien le sigues importando, tienes visita”- irrumpió en el silencio de la celda la voz del guardia con tono burlesco, mientras este buscaba la llave de la puerta. Sin dar crédito a lo escuchado, Eristhoof muy consciente y con la situación bajo control, se puso en pie con bastante dificultad por el entumecimiento de sus articulaciones. Las cadenas y grilletes que lo encadenaban, resonaron por todo el pasillo al incorporarse, dejando un silencio estremecedor, marcado tan solo por el sonido hueco de placas y firme de los pasos de alguien que se acercaba a la celda. -”Déjenos solos, tengo permiso para ello”- dijo una profunda voz masculina, muy familiar pero con un registro muy extraño, dirigiéndose al guardia fuera quien fuere quien había llegado a la antesala. Tras marcharse el guardia de turno asintiendo en silencio, una oscura figura entró en la celda acompañando sus pasos en un resonar del entrechocar de las placas de la armadura. Eristhoof respiraba agitado, intentando combatir la posesión del demonio que ya se removía en su interior comenzando a tomar de nuevo el control total del cuerpo del Barón, movido por la curiosidad de tan poco común evento el ser visitado por alguien después de tanto tiempo. Eristhoof sacó fuerzas de flaqueza por permanecer consciente y controlar por completo la situación, cuando de pronto la extraña voz familiar resonó en seco en el interior de la celda -”Hola, hijo mío. Siento haber tardado tanto”- Eristhoof quedó perplejo al oír aquello, palpitando su corazón de forma desmesurada y con un enorme nudo en la garganta que amenazaba con ahogarle más que el mismísimo ente que cada vez lograba mayor control sobre él. -”P...pa… ¿Padre?”- balbuceó mientras caía clavando las rodillas en el suelo al no dar crédito a lo que estaba oyendo y tras unos segundos de silencio, exclamó lleno de ira. -”¡Deja de jugar conmigo, maldito hijo de perra! Tú no eres mi padre, él está muerto y no consentiré que juegues con su recuerdo. ¡Jamás me engañarás con tus sucias tretas, demonio… Aaaargggghh!”- Eristhoof no llegó a terminar la frase cuando el ente vil tomó el control total de su cuerpo aprovechando su debilidad emocional, retorciendose de dolor al tiempo que se alzaba ya con la mirada sombría y el rostro desencajado. El tono de voz grave y diabólico se volvieron a manifestar en el Barón, dirigiéndose directamente al hombre que allí se encontraba. -” De todas las sorpresas y visitas inesperadas, te puedo asegurar que la tuya no la habría esperado jamás, Imrik Von Khanstein…”- comienza a decir el ente seguido de unas fuertes risotadas que en aumento, de pronto se truncan en seco por un tono de rabia y confusión del demonio, el cual, se abalanza a golpear al hombre, tensando las cadenas sin dejar que este pueda avanzar más que unos pasos, al tiempo que grita furioso -”¡Porque tú estás muerto! ... ¡Yo mismo te arrebaté la vida con las manos de tu hijo Lússian”-


Celda de la Prisión de Ventormenta

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